Hacia el año de 1977, Perucho Conde (en aquélla época chavista en formación), sacó un disco bastante simpático a propósito de las elecciones a realizar el año siguiente. El "elepé" venía cargado de temas amenos y divertidos, de los cuales recuerdo particularmente dos de ellos. Uno se llamaba "Mosaico Electoral" y el otro "La Candidatura del Animador" (dedicado a Renny Ottolina). El tema del mosaico en cuestión tenía un final que decía así:
"Oye candidato, qué es lo que prometes, si voto por tí?
desde que empezamos hasta donde vamos siempre ha sido así
Yo con este voto, te doy el coroto pero sin mentir
no digas ahora, que tu si eres bueno
no me hagas reir!"
Independientemente de la dirección política que el señor Conde tomara una vez que "el proceso revolucionario" se instalara luego de la debacle de los partidos tradicionales venezolanos (AD, Copei, MAS), su punto en el mosaico y en esa última frase resumía el sentimiento que compartían y comparten muchísimos venezolanos a la hora que tienen contacto con los candidatos pretendientes a sus votos, cada vez que se presenta la "temporada electoral" en nuestro país, siendo esta temporada (dicho sea de paso) una de las pocas ocasiones en que los candidatos se muestran "como tú", es decir, personas de a pie, miembros de la fulana sociedad civil, ciudadanos normales y corrientes como el resto de nosotros.
Esa preocupación de saber a quién entregamos nuestra decisión personal, única, íntima, que conlleva nuestras esperanzas y espectativas, cuando depositamos el voto en la urna, aunque hoy en día se hace en una bendita máquina del CNE. Ese voto que tanto se busca para completar el "ciclo" de la democracia y que, salvo las siempre existentes amenazas de fraude, termina siendo el que manifiesta la voluntad de las mayorías.
En teoría, la democracia es un proceso simple, sencillo, por medio del cual tenemos la opción de escoger entre varios candidatos y elegir uno, el de nuestra preferencia. Sin embargo, el desenvolvimiento de los últimos quince años nos ha llevado a convertirnos a los electores en los débiles de la interacción del hecho democrático, en los "underdogs" de la pelea, en aquellos cuyas menos posibilidades tienen de salir "airosos". Sobre nosotros descansa hoy en día, la mayor de las responsabilidades que se le puede asignar a un miembro de una comunidad social: la simple elección de otras personas para que dirijan al país adonde residen.
Sin embargo, nuestra elección hoy en día es todo menos simple. El proceso es todo menos simple. El país está en una situación todo menos sencilla. No estamos eligiendo personas para que continúen con procesos iniciados tiempo atrás cuyos frutos positivos (educación, properidad, seguridad, trabajo, etc) están maduros y generan beneficios para todos. Nos vemos frente al compromiso de elegir personas para sustituir a otras personas que han hecho todo menos sembrar buenas semillas. Muy por el contrario, estas personas han destruído completamente el campo adonde se siembran las semillas mismas que deseamos como ciudadanos. En pocas palabras, estamos antes del inicio ya que no existen siquiera las condiciones para que el inicio mismo comience, si vale tal abstracción.
Salvo que nos encontremos en situaciones reales de acceso al poder, como digamos, podrán estar los allegados a los candidatos con mayor opción, todo lo que podemos hacer es ir a votar. Si bien todo elector (por conveniencia o por convicción) aspira a estar en esa situación de cercanía al "petit comité" de un candidato ( o ser el candidato mismo), la realidad es que somos pocos los que llegamos a esa esfera exclusiva, a ese "members only club" del poder. Por lo tanto, no somos más que personas cuyas voluntades se expresan mediante el voto. Lo que me inquieta y me atormenta (lo confieso) es qué tanto valor le damos a nuestro voto.
Hacia aquella época electoral del '78 (la cual particularmente recuerdo bastante), el país se debatía entre lo "Correcto" de Luis Piñerúa y "Donde están los reales" de Luis Herrera Campins. Campaña tumultuosa y cargada de emocionalidad, quizá influyó sobre mí ya que para ese entonces contaba con 11 años y era la primera campaña que "vivía" aunque no votara. En la del año 73 sólo tenía 6 años y estaba más pendiente de jugar carritos que otra cosa. El '78 era diferente, vivía ya en Caracas, era parte de lo que sucedía en la ciudad, me sumergía en la vida del país sin saberlo.
Otro episodio que recuerdo inmensamente y que traigo a colación para hacer mi punto, es un sketch del hoy chavista y tristemente enfermo Joselo. Su personaje del mendigo despertaba de un sueño en el cual las candidaturas estaban empatadas a un número igual de votos y el voto de él (del mendigo) era el que podría decidir la elección hacia un candidato o hacia el otro. EL Mendigo no sabía que hacer ni por quien decidir y recuerdo que los supuestos candidatos le preguntaban, para atraer su voto: "¿qué quieres? ¿qué necesitas?" y el Mendigo respondió: "que quieran a Venezuela"
¿Cuántos de nosotros nos colocamos en esta situación, aunque sea hipotéticamente? Quiero pensar que somos ciudadanos que valoramos nuestro voto, pero a diario consigo manifestaciones de resignación (aún dentro de esta fiebre de unidad que nos arropa a todos indefectiblemente) y baso mi conclusión en el hecho de que muchos enfocan esa intención de voto hacia los beneficios personales que un candidato nos traerá sobre otros. Al parecer, seguimos imbuídos en una suerte de fanatismo electoral que continúa siendo guiado por preceptos más desfavorables hacia el interés colectivo y en donde sigue preponderando el interés personal.
¿Cuántos de nosotros, realmente queremos el beneficio de todos los que habitamos (física o espiritualmente) en el país, y cuántos de nosotros tenemos claro ese concepto de país?
Los momentos que se nos avecinan son cruciales, y es nuestro deber preparar nuestro voto, educarlo, instruirlo, ilustrarlo pero por encima de todo, madurarlo muy bien.
Los dejo con esa reflexión por hoy.