Una mañana de febrero de 1992, en nuestras pantallas de televisión irrumpió el rostro desafiante de un militar conocido para muy pocos –medio orejón él- que se dirigía a sus compañeros “de armas”, indicándoles por medio de las cámaras el no haber podido cumplir con sus objetivos y dando nacimiento a aquella famosa frase del “por ahora”.
“Por ahora”. Frase que para muchos se convertiría a partir de aquél momento triste de la nación en el recordatorio morboso de alguien que, muchos interpretaron, había tenido “las que te conté” para hacerle frente a Carlos Andrés Pérez y ultimadamente, al sistema democrático en pleno. Días después de aquella “asonada” militar y restablecido el orden, muchos asentían y en silencio aprobaban aquel acto de desafío máximo, de desconocimiento pleno a las instituciones y de “valentía” de un grupo de tenientes coroneles frente a un gobierno constitucional y democráticamente electo. Otros tantos llevaron este apoyo hasta el Cuartel San Carlos y la cárcel de Yare, y muchos que anteriormente militaban en partidos del “establishment” criollo salieron a ofrecerse a la causa del militar golpista, secretamente sugiriéndole que continuara con “su lucha” y jurándole lealtad a través de los barrotes de su encierro. Un nuevo héroe había nacido.
El resto es historia por todos harto conocida. El punto de reflexión que queremos destacar aquí es, precisamente, ese momento histórico en que Hugo Rafael Chávez Frías reta y hace tambalear a las instituciones y de repente descubre (para beneficio posterior suyo y desgracia consecuencial del país) lo débiles de sus bases y lo endeble de su andamiaje. Descubre que como en el dominó, jorungando un poco al contrario se le ven las costuras y que nadie –en el caso de las instituciones- salió en su defensa, salvo algunos juristas altamente respetados pero poco escuchados y políticos de partidos cuya credibilidad quedó igual de lastimada que las mismas instituciones de la nación. De repente empezamos a descubrir que vecinos, compañeros de trabajo y familiares eran “pro-golpe” o al menos se solazaban de ver corriendo al Presidente de los militares que le acechaban el día del fatídico golpe.
Los venezolanos hemos tenido históricamente un “love affaire” con las gorras militares, en una relación de amor odio digna de cualquier diván. Adoramos los desfiles, pero detestamos a los militares que nos reprimen. Pareciera que el intento de golpe de militar de Chávez reforzó el pensamiento que los venezolanos admiramos más los “cojones” que los “sesos” y que para nosotros pareciera tener más valor un valiente que un pensante.
Este amorío con el uniforme nace desde nuestro nacimiento como república libre, luego de libradas las guerras de independencia. “O sacerdote o militar” eran las opciones para seguir carreras decentes. La alternativa era ser pobre, peón, de tercera. En 1835, la llamada “Revolución de las Reformas” fue la primera de una hilera de “revoluciones” y “golpes” que se sucedieron – y suceden- en nuestra historia contemporánea cada tantos años. Y la amenaza continúa. Los saldos como consecuencia de estos levantamientos siguen pasándonos factura todavía.
Este breve resumen, inmediatamente nos hace detenernos y formular la pregunta sin cortapisas ¿Es realmente necesario tener Fuerzas Armadas en Venezuela? La pregunta, de por sí, resulta chocante y hasta descabellada, por eso la haremos de nuevo: ¿Es realmente necesario mantener una estructura armada en Venezuela? Para darnos una respuesta sanadora al conflicto que la pregunta como tal genera, repasemos los motivos por los cuáles se tienen fuerzas armadas en diversos países:
1.) Defensa de la Soberanía Nacional: La soberanía entendida geográficamente como los límites espaciales del territorio donde reside una nación.
2.) Amenazas de otros países: La defensa contra invasores, colonizadores o enemigos de nuestro sistema de vida o nuestros ciudadanos, dentro o fuera del país.
3.) Amenazas dentro del país mismo: La defensa contra nosotros mismos, cuando nuestros congéneres se vuelcan en contra de nosotros. Preservación del orden interno.
4.) Defensa del “honor” y los símbolos patrios: El gentilicio amenazado por culturas foráneas, o vilipendiado por extranjeros.
Aparte de estos motivos, podríamos agregar también las fulanas “ayudas humanitarias”, misiones de paz que parten hacia los confines de la geografía nacional o del mundo, a prestar ayuda en caso de siniestros, catástrofes naturales o guerras civiles, precisamente, en otros países, como los Cascos Azules de las Naciones Unidas.
Analicemos entonces, cada uno de estos “motivos” que teóricamente, justificarían la existencia de fuerzas armadas en un país como Venezuela. La Defensa de la Soberanía Nacional es la primera que nos viene a la mente. Comenzamos a hilar involuntariamente conceptos familiares entre sí tales como fronteras, tierra, ciudades, recursos naturales, ciudadanos, país, y caemos en cuenta que la primera razón es una de defensa de aquellos valores que consideramos intocables y únicos a nuestra nación como ente abstracto. Sin embargo, para asumir una posición de defensa, en primer lugar, debemos sentirnos amenazados, de lo contrario, defendernos de alguien que no nos amenaza es un contrasentido. Esto nos lleva entonces a la segunda razón para sostener una estructura militar en un país: La amenaza de otros países. En el caso de Venezuela, salvo el bloqueo naval impuesto en 1902-03 por Italia, Alemania e Inglaterra por motivos económicos, históricamente nuestro país no tiene rencillas con otras naciones que justifiquen armarse y permanecer alertas ante conflictos armados. Repasando la historia patria de los últimos 50 años, surgen solamente tres incidentes dignos de mencionar y que tampoco justificarían sostener la estructura bélica que tenemos actualmente. El primero fue la “invasión” de subversivos comunistas provenientes de Cuba a las playas de Machurucuto en 1967; el segundo el incidente con la fragata colombiana Caldas en 1987, y el tercero la colocación de las tanquetas en la frontera con Colombia en 2010, evento de mas reciente data protagonizado por el actual Presidente de la República. Del resto, no figuramos en ningún conflicto mayor, ni en guerras mundiales, ni en pleitos tipo las dos Coreas o los dos Vietnams. Nada, no tenemos enemigos o amenazas que justifiquen gastos exorbitantes como los que actualmente se sufragan en “defensa” de la nación. Las amenazas al sistema jurídico nacional han sido protagonizadas principalmente por los militares mismos. Desde 1835 hasta la actualidad, los militares nacionales han sido los principales protagonistas de doce ataques directos a la institucionalidad y el orden jurídico y constitucional establecido en el país. Siempre a su vez, han conseguido justificar sus acciones violatorias de la legalidad en motivos como el restablecimiento del orden o el fin de sistemas corruptos que ya perdieron su legitimidad. Lo curioso es que a través de actos ilegítimos han buscado “subsanar” políticas de gobiernos que en su criterio actúan de manera ilegitima, como si la violación de la ley fuera motivo para violarla de nuevo en la búsqueda de la solución al supuesto problema.
Por último, la defensa del Honor y los Símbolos Patrios han sido la excusa más burda que existe para dar rienda suelta al chauvinismo que sufren muchos ciudadanos de un país, quienes entienden el “patriotismo” como la acción de andar tarareando las estrofas del himno nacional o tener izada una bandera en la puerta de su casa. Si un extranjero habla mal de nosotros es una “amenaza foránea” y si un nacional habla mal de su propio país es un “traidor a la Patria”.
Muy por el contrario, han sido los militares precisamente los que han atacado en múltiples ocasiones a los ciudadanos mismos de la nación por medio de asesinatos, torturas, represión y violación de derechos humanos en Venezuela. Han sido los militares quienes han permanecido a la espera de los tambaleos civiles para justificar el despliegue de tanques y aviones, soldados y municiones con la paupérrima excusa de “restablecer el orden”. Lo grave de esto es que no existe en los textos legales, comenzando por la Constitución Nacional, una ley, orden o siquiera inferencia alguna que le de autorización a las Fuerzas Armadas de intervenir militarmente en medio de crisis políticas. Sin embargo, seguimos rehenes de los militares y estamos a merced de sus armas y sus decisiones.
En la actualidad, haciendo un balance objetivo de los beneficios que hemos obtenido con la presencia del aparato militar en la vida del país, el resultado es pobre y desolador: abusos de autoridad, desconocimiento de las instituciones, represión, corrupción, arbitrariedad, persecuciones y la cifra desconocida de muertos a manos del régimen militar, tanto el actual como los pasados. En la actualidad los mayores privilegios los poseen los militares y haciendo aún más memoria, siempre fue así. En tiempos de la mal llamada “IV República”, los militares gozaban de fueros inalcanzables para el resto de los mortales como importación de vehículos, beneficios sociales, exoneraciones fiscales y aduanales, carnets y placas de autoridad…todos lo recordamos porque todos lo vivimos.
De la infraestructura nacional existente, si bien muchos hablan de las “maravillas de mi General Marcos Pérez Jiménez” y de cómo construyó carreteras, hoteles y edificios, sería bueno indagar si los albañiles y constructores de aquellas obras eran sargentos y cabos que pertenecían al ejercito. Lo dudo ampliamente. En el ámbito político, nuestra inercia ciudadana ha permitido que la influencia militarista permee la capa civil de la vida nacional, al punto en el que hoy en día vemos generales en cualquier posición de gobierno, desde las empresas básicas del estado hasta ministerios que en nada tienen relación al tema militar. En resumidas cuentas, el aporte que las Fuerzas Armadas han hecho a Venezuela como la conocemos hoy, lejos de ser positivo ha sido un total y absoluto desastre, en el cual nos encontramos con un elefante blanco que dentro de la paranoia natural a su condición militar nunca se siente seguro y por eso malgasta los dineros de la nación comprando cada día más y más armas, sistemas de defensa, aviones, municiones, uniformes que no tienen sentido de ser, si no para alimentar las arcas de la igualmente voracidad que viene acompañada con el uniforme militar. Sin militares la matraca no se puede hacer valer.
Juancé Gómez
Excelente,claro y sencillo para que se entienda. Siempre sentí aversión por todo cuanto tiene que ver con militares.Y estoy segura que el dinero que se invierte en las Fuerzas militares (armas incluídas) podría utilizarse en otra cosas que vayan en beneficio de nuestro país.Como por ejemplo lo que se ha logrado en Costa Rica. Pendiente de la próxima entrega.
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