La
Institucionalidad de la Crisis
Institución.
(Del lat. institutĭo, -ōnis).
1.
f. Establecimiento o fundación de algo
Con estas escuetas pero
precisas palabras, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define, como
primer significado al lector, a la palabra “Institución”. Y traemos el tema a este artículo
precisamente por la tremenda duda que persiste, y es la de hurgar un poco más
fino dentro de nuestro propio sentido de indulgencia propia y comenzar a
definir realmente el porqué de las cosas que suceden hoy en día.
Nos referimos, obviamente,
a la sustancia límbica en la que se encuentran estos conceptos en Venezuela. Nos referimos no a lo elemental, toda vez que
conocemos de corrido el hecho que no sabemos nada: No sabemos si el Presidente
Chávez está muerto o está de parranda; desconocemos si Maduro es un títere de
Raúl, si Raúl de Fidel, si Diosdado de María Bolívar, pues lo cierto es que a
todos se le ven los hilos amarrados en los dedos. En fin, nadie sabe, nadie conoce con certitud
qué es lo que sucede detrás de unas puertas en un lugar que (oh, sorpresa!),
tampoco conocemos, por allá en La Habana.
Solo corren las bolas como es nuestra costumbre y tradición hacer rodar,
siempre de la mano de un tío que conoce a un primo que conoce al chófer adjunto
al general suplente del supergeneral que lo conoció en un bar y le dijo que hay
que comprar latas (¿cuáles?) porque parece que viene un peo…hay ruido de sables
(Bendita frase tan pavosa!). Esta sustancia
en la cual nos encontramos suspendidos todos, pareciera que en una especie de
reconstrucción-en-vida-real tipo Reality Show de la película The Matrix
mezclado con Kalimán contra las Momias, con la diferencia que en Venezuela
sigue sucediendo lo mismo de siempre.
Nada.
No importó que en algún
momento, un grupo de ciudadanos decidiera (correcta o incorrectamente)
protestar frente al Palacio de Miraflores y ser baleados por gente cuya
identidad se presume, se sabe, se ha visto, está registrada en videos pero que
no, no están detenidos o condenados. No importó
que ciudadanos fueran y sean despojados de su libertad y sus propiedades. No importó que personas que adversan al
gobierno estén detenidas por pensar distinto.
En fin, parece que estas no son las cosas que, definitivamente, nos
importan.
Ahora, más allá de la
señaladera retorica de quién tiene la culpa y lo mismo de siempre, detengámonos
en nuestro análisis y vayamos un paso atrás.
Pretendamos que estamos siendo presentados con estos hechos pero de
forma ficticia, sin ataduras sentimentales o emocionales, como si fuéramos
consultores empresariales o algo así. En
nuestro análisis de esta serie de atropellos de toda especie, tendríamos
necesariamente que caer en una pregunta compulsiva y es ¿porqué no actuaron los
mecanismos legales en cada caso?
La pregunta parece estúpida,
pero no olvidemos que a partir de premisas estúpidas resultan conclusiones
lógicas y a veces, hasta brillantes.
Las instituciones son
construcciones abstractas que crea el Estado para regularse y regular la vida
de un colectivo social, de un grupo de personas, a través del entendimiento de
todos los ciudadanos de la necesaria creencia que esas instituciones poseen el
poder necesario para ejercer dichas regulaciones. En el momento en el cual el ciudadano deja de
creer – o nunca llega a entender y por ende no cree – en las instituciones,
estamos conduciendo por un camino que dice “Laisseferianismo” y ese camino pareciera
que Venezuela lo tomó.
Para ser menos abstractos
en la construcción de la idea, digamos entonces que las instituciones son
necesarias para mantener el orden. Ahora,
si las instituciones no funcionan, existe el riesgo de que el grupo comience a
dirigir su conducta hacia sus intereses personales, individuales y desvíe la
atención hacia el grupo. Cuando las
instituciones fallan, el resto colapsa y la única manera que esto no suceda es
que los ciudadanos sean ellos mismos los que defiendan esa
institucionalidad. En Venezuela sin
embargo, sucede un fenómeno que ni siquiera se puede considerar “opuesto” (es
decir, ciudadanos dedicados a violar la norma “ex profeso”) sino que muy por el
contrario, es un fenómeno en el cual observamos una apatía aparente en la
conducta del colectivo. Es decir, los
venezolanos observan la transgresión de la norma (y manifiestan su descontento)
pero no convierten ese descontento en acciones efectivas que busquen regular al
Estado cuando trasgrede la norma, de la misma manera que el Estado lo hace con
los ciudadanos. Es una dinámica en la
cual los ciudadanos y el Estado obtienen beneficios en una “simbiosis cívica”
en donde el orden no se ve amenazado por desbalances entre los elementos que
forman parte de esta dinámica.
Generalmente y sin embargo
de lo antes dicho, cuando las apatías colectivas se generan se hace necesario
evaluar las razones psíquicas que generan tal apatía, ya que es obvio que el
problema reside a nivel de psique del colectivo. La psique de un colectivo determina, de
manera bastante pronunciada, el destino que tendrá ese grupo social en
específico; sus logros o fracasos; su prevalencia o desaparición. Estos grupos, como todos, evolucionan en
sociedades que hoy en día y luego de varias generaciones hemos llamado “países
desarrollados o de primer mundo” o “países en desarrollo, subdesarrollados o
del tercer mundo” (para los que no recuerden, el “segundo mundo” desapareció
con la caída de la Unión Soviética), y cada uno de estos grupos hoy denominados
“países” llevan consigo costumbres y usos sociales (folways and mores), que no es más que el grupo de tradiciones,
creencias, formas de pensar y razonamientos que terminan siendo propios a los
individuos que conforman un grupo social.
En algunos grupos sociales, estos usos y costumbres incluyen aquél grupo
de conceptos abstractos de los cuales hablábamos al inicio, tales como el
respeto a las instituciones. En otros
grupos como el venezolano, esto se cumple de forma muy marginal, por no decir
que muy por debajo del percentil ideal. Sin
ánimos de caer en disertaciones estadísticas, podríamos pensar que en Venezuela
un porcentaje inferior al 10% entiende y respeta estos conceptos.
El ciudadano venezolano,
ante todo, se siente tremendamente confundido en su manera de sentir acerca de
la actual situación de la institucionalidad en Venezuela. Se limita a esperar a ver de qué manera se
desenvuelven los eventos y de qué forma estos eventos le afectan de forma
personal (incluyendo en este contexto familia directa, hijos, padres, pareja,
etc.), lo cual es natural pero dejando fuera el pensamiento y la consideración
que merece el colectivo. Si bien no
somos ausentes al hecho que todos nos preocupamos por el país, nuestra
preocupación no pasa de las protestas en las redes sociales o de las oraciones por
la paz. Como ciudadanos, permanecemos
inertes frente a lo que sucede porque no entendimos jamás que nuestro derecho
es exigir y no esperar que nos den.
Es aquí donde reside y ha
residido nuestro yerro, en la falta de entendimiento de la importancia de estos
conceptos dentro de la prosperidad y paz de un grupo social. Como ciudadanos nos hemos sentido indefensos
desde siempre, porque nos acostumbramos a crecer y creer en un estado “Taitísta” (de “Taita”) que siempre acude
al padre bonachón a que lo resuelva los problemas, le arregle la calle, le de
dinero para sus hijos y cuando el Estado (porque digamos, se gastó el sueldo en
licor) no nos da el dinero no le reclamamos nada porque es algo así como
nuestro papá al que respetamos mucho (¿o tememos?). Hemos crecido como una sociedad de hijos y no
de hombres y mujeres independientes. Elegimos
a nuestros gobernantes por su aspecto físico, por su discurso carismático y su
sonrisa acaramelada. No entendemos que
cada vez que hay elecciones estamos contratando empleados, no buscando padres
adoptivos (sino están de acuerdo, recuerden que tenemos varios Padres de la
Patria). Cuando tengamos claro que
nosotros somos quienes debemos regular a las personas que ponemos en cargos
públicos – a todos – y no son ellos los que deben “acordarse de nosotros de vez
en cuando” entonces estaremos fijando un curso infinitamente más beneficioso;
ese curso al que todos aspiramos existe, pero que seguimos sentados esperando
que nos llegue el mapa en vez de ir a hacer el camino nosotros mimos.
Juancé Gómez