jueves, 14 de febrero de 2013



La Institucionalidad de la Crisis

Institución.
(Del lat. institutĭo, -ōnis).
1.       f. Establecimiento o fundación de algo

Con estas escuetas pero precisas palabras, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define, como primer significado al lector, a la palabra “Institución”.  Y traemos el tema a este artículo precisamente por la tremenda duda que persiste, y es la de hurgar un poco más fino dentro de nuestro propio sentido de indulgencia propia y comenzar a definir realmente el porqué de las cosas que suceden hoy en día.

Nos referimos, obviamente, a la sustancia límbica en la que se encuentran estos conceptos en Venezuela.  Nos referimos no a lo elemental, toda vez que conocemos de corrido el hecho que no sabemos nada: No sabemos si el Presidente Chávez está muerto o está de parranda; desconocemos si Maduro es un títere de Raúl, si Raúl de Fidel, si Diosdado de María Bolívar, pues lo cierto es que a todos se le ven los hilos amarrados en los dedos.  En fin, nadie sabe, nadie conoce con certitud qué es lo que sucede detrás de unas puertas en un lugar que (oh, sorpresa!), tampoco conocemos, por allá en La Habana.  Solo corren las bolas como es nuestra costumbre y tradición hacer rodar, siempre de la mano de un tío que conoce a un primo que conoce al chófer adjunto al general suplente del supergeneral que lo conoció en un bar y le dijo que hay que comprar latas (¿cuáles?) porque parece que viene un peo…hay ruido de sables (Bendita frase tan pavosa!).  Esta sustancia en la cual nos encontramos suspendidos todos, pareciera que en una especie de reconstrucción-en-vida-real tipo Reality Show de la película The Matrix mezclado con Kalimán contra las Momias, con la diferencia que en Venezuela sigue sucediendo lo mismo de siempre.  Nada. 

No importó que en algún momento, un grupo de ciudadanos decidiera (correcta o incorrectamente) protestar frente al Palacio de Miraflores y ser baleados por gente cuya identidad se presume, se sabe, se ha visto, está registrada en videos pero que no, no están detenidos o condenados.  No importó que ciudadanos fueran y sean despojados de su libertad y sus propiedades.  No importó que personas que adversan al gobierno estén detenidas por pensar distinto.  En fin, parece que estas no son las cosas que, definitivamente, nos importan.

Ahora, más allá de la señaladera retorica de quién tiene la culpa y lo mismo de siempre, detengámonos en nuestro análisis y vayamos un paso atrás.  Pretendamos que estamos siendo presentados con estos hechos pero de forma ficticia, sin ataduras sentimentales o emocionales, como si fuéramos consultores empresariales o algo así.  En nuestro análisis de esta serie de atropellos de toda especie, tendríamos necesariamente que caer en una pregunta compulsiva y es ¿porqué no actuaron los mecanismos legales en cada caso?

La pregunta parece estúpida, pero no olvidemos que a partir de premisas estúpidas resultan conclusiones lógicas y a veces, hasta brillantes.

Las instituciones son construcciones abstractas que crea el Estado para regularse y regular la vida de un colectivo social, de un grupo de personas, a través del entendimiento de todos los ciudadanos de la necesaria creencia que esas instituciones poseen el poder necesario para ejercer dichas regulaciones.  En el momento en el cual el ciudadano deja de creer – o nunca llega a entender y por ende no cree – en las instituciones, estamos conduciendo por un camino que dice “Laisseferianismo” y ese camino pareciera que Venezuela lo tomó.

Para ser menos abstractos en la construcción de la idea, digamos entonces que las instituciones son necesarias para mantener el orden.  Ahora, si las instituciones no funcionan, existe el riesgo de que el grupo comience a dirigir su conducta hacia sus intereses personales, individuales y desvíe la atención hacia el grupo.  Cuando las instituciones fallan, el resto colapsa y la única manera que esto no suceda es que los ciudadanos sean ellos mismos los que defiendan esa institucionalidad.  En Venezuela sin embargo, sucede un fenómeno que ni siquiera se puede considerar “opuesto” (es decir, ciudadanos dedicados a violar la norma “ex profeso”) sino que muy por el contrario, es un fenómeno en el cual observamos una apatía aparente en la conducta del colectivo.  Es decir, los venezolanos observan la transgresión de la norma (y manifiestan su descontento) pero no convierten ese descontento en acciones efectivas que busquen regular al Estado cuando trasgrede la norma, de la misma manera que el Estado lo hace con los ciudadanos.  Es una dinámica en la cual los ciudadanos y el Estado obtienen beneficios en una “simbiosis cívica” en donde el orden no se ve amenazado por desbalances entre los elementos que forman parte de esta dinámica.

Generalmente y sin embargo de lo antes dicho, cuando las apatías colectivas se generan se hace necesario evaluar las razones psíquicas que generan tal apatía, ya que es obvio que el problema reside a nivel de psique del colectivo.  La psique de un colectivo determina, de manera bastante pronunciada, el destino que tendrá ese grupo social en específico; sus logros o fracasos; su prevalencia o desaparición.  Estos grupos, como todos, evolucionan en sociedades que hoy en día y luego de varias generaciones hemos llamado “países desarrollados o de primer mundo” o “países en desarrollo, subdesarrollados o del tercer mundo” (para los que no recuerden, el “segundo mundo” desapareció con la caída de la Unión Soviética), y cada uno de estos grupos hoy denominados “países” llevan consigo costumbres y usos sociales (folways and mores), que no es más que el grupo de tradiciones, creencias, formas de pensar y razonamientos que terminan siendo propios a los individuos que conforman un grupo social.  En algunos grupos sociales, estos usos y costumbres incluyen aquél grupo de conceptos abstractos de los cuales hablábamos al inicio, tales como el respeto a las instituciones.  En otros grupos como el venezolano, esto se cumple de forma muy marginal, por no decir que muy por debajo del percentil ideal.  Sin ánimos de caer en disertaciones estadísticas, podríamos pensar que en Venezuela un porcentaje inferior al 10% entiende y respeta estos conceptos.

El ciudadano venezolano, ante todo, se siente tremendamente confundido en su manera de sentir acerca de la actual situación de la institucionalidad en Venezuela.  Se limita a esperar a ver de qué manera se desenvuelven los eventos y de qué forma estos eventos le afectan de forma personal (incluyendo en este contexto familia directa, hijos, padres, pareja, etc.), lo cual es natural pero dejando fuera el pensamiento y la consideración que merece el colectivo.  Si bien no somos ausentes al hecho que todos nos preocupamos por el país, nuestra preocupación no pasa de las protestas en las redes sociales o de las oraciones por la paz.  Como ciudadanos, permanecemos inertes frente a lo que sucede porque no entendimos jamás que nuestro derecho es exigir y no esperar que nos den.

Es aquí donde reside y ha residido nuestro yerro, en la falta de entendimiento de la importancia de estos conceptos dentro de la prosperidad y paz de un grupo social.  Como ciudadanos nos hemos sentido indefensos desde siempre, porque nos acostumbramos a crecer y creer en un estado “Taitísta” (de “Taita”) que siempre acude al padre bonachón a que lo resuelva los problemas, le arregle la calle, le de dinero para sus hijos y cuando el Estado (porque digamos, se gastó el sueldo en licor) no nos da el dinero no le reclamamos nada porque es algo así como nuestro papá al que respetamos mucho (¿o tememos?).  Hemos crecido como una sociedad de hijos y no de hombres y mujeres independientes.  Elegimos a nuestros gobernantes por su aspecto físico, por su discurso carismático y su sonrisa acaramelada.  No entendemos que cada vez que hay elecciones estamos contratando empleados, no buscando padres adoptivos (sino están de acuerdo, recuerden que tenemos varios Padres de la Patria).  Cuando tengamos claro que nosotros somos quienes debemos regular a las personas que ponemos en cargos públicos – a todos – y no son ellos los que deben “acordarse de nosotros de vez en cuando” entonces estaremos fijando un curso infinitamente más beneficioso; ese curso al que todos aspiramos existe, pero que seguimos sentados esperando que nos llegue el mapa en vez de ir a hacer el camino nosotros mimos.  



Juancé Gómez

1 comentario:

  1. Comprendo absolutamente lo que planteas, Juancé. El asunto es que Venezuela ha estado regida siempre por el "Ponme donde haiga". ¿Quienes fueron los patrocinantes de que Chávez subiera al poder? Los Vollmer, los grandes apellidos, uno de ellos víctima después de un secuestro de más de dos años por los terroristas colombianos, no recuerdo el apellido; el discurso que dio Caldera para encaramarse otra vez en la palestra pública después del caracazo, algo que ni se compara con los paquetazos neoliberales tercemundistas comunistoides y retrógadas que nos imponen a cada tanto. Los partidos políticos que hoy se quejan impulsaron un caracazo que estalló simultáneamente en todo el país y llevó a la dimisión de Carlos Andrés Pérez poco después, debido a que el reparto de capitales no era el "adecuado" y que en su segundo mandato se rodeó de especialistas que aconsejaban cómo encaminar el país hacía el primer mundo. No eran otros que el producto de la beca Gran Mariscal de Ayacucho fundada por el propio Capi, ahora con los alumnos aventajados y que no gustaban a gran parte de adecos y copeyanos. Terminaron pidiendo la renuncia de un presidente que nacionalizó el petróleo, y luego le dieron casa por cárcel por haber ayudado a un país hermano.
    ¿Era porque antes existían las instituciones? NO. En lo absoluto. Era porque como siempre, la conveniencia se puso una vez más en evidencia. Caldera asumió el poder después de haber pactado con el chiripero. ¡Ah, pero ya se olvidaron del apelativo! El chiripero; todas las facciones regadas de la izquierda unida y desunida, donde como siempre sobresalía José Vicente Rangel que jamás se hundirá como el Titanic. Póngame donde haiga! esa es la consigna y seguirá siendo.
    El caso es que todos ellos sirvieron de plataforma para lo que actualmente ocurre. Subió un cacique llamado Chávez, que conoció el poder. Y aunque sus planes hayan tenido buenas intenciones jamás dieron los resultados esperados por la ineficacia del "pónganme donde haiga" pues está rodeado de ministros de quita y pon. Esa es la verdadera desgracia venezolana.
    Ahora ni siquiera tenemos a Chávez, y te soy sincera: lo prefiero aquí poniendo orden a sus filas que estos seguidores que están de facto. ¿Qué sucedió con Chávez? ¿Por qué no tenemos siquiera una grabación con sus palabras? ¿Por qué la oposición no reclama que se haga presente de alguna forma si es que todavía está vivo? Simplemene porque los de la "oposición tienen las manos metidas en ambos bandos. ¿Por qué crees que todavía hay gente que navega en dinero en Venezuela? Aquí se han puesto donde haiga todos los que tienen grandes contactos. El mercado negro de dólares se alimenta de los contactos, Cadivi se alimenta de los contactos, los millonarios de siempre se alimentan de los contactos. Y todos reciben su ración y todos felices. La gente de a pie, el ciudadano común sigue esperando que las cosas sucedan. No queda otra.

    ResponderEliminar

Apreciado lector, tus comentarios son apreciados y agradecidos.