La Institucionalidad de la Crisis
Institución.
(Del lat. institutĭo, -ōnis).
Con estas escuetas pero
precisas palabras, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define, como
primer significado al lector, a la palabra “Institución”. Y traemos el tema a este artículo
precisamente por la tremenda duda que persiste, y es la de hurgar un poco más
fino dentro de nuestro propio sentido de indulgencia propia y comenzar a
definir realmente el porqué de las cosas que suceden hoy en día.

No importó que en algún
momento, un grupo de ciudadanos decidiera (correcta o incorrectamente)
protestar frente al Palacio de Miraflores y ser baleados por gente cuya
identidad se presume, se sabe, se ha visto, está registrada en videos pero que
no, no están detenidos o condenados. No importó
que ciudadanos fueran y sean despojados de su libertad y sus propiedades. No importó que personas que adversan al
gobierno estén detenidas por pensar distinto.
En fin, parece que estas no son las cosas que, definitivamente, nos
importan.
Ahora, más allá de la
señaladera retorica de quién tiene la culpa y lo mismo de siempre, detengámonos
en nuestro análisis y vayamos un paso atrás.
Pretendamos que estamos siendo presentados con estos hechos pero de
forma ficticia, sin ataduras sentimentales o emocionales, como si fuéramos
consultores empresariales o algo así. En
nuestro análisis de esta serie de atropellos de toda especie, tendríamos
necesariamente que caer en una pregunta compulsiva y es ¿porqué no actuaron los
mecanismos legales en cada caso?
La pregunta parece estúpida,
pero no olvidemos que a partir de premisas estúpidas resultan conclusiones
lógicas y a veces, hasta brillantes.
Las instituciones son
construcciones abstractas que crea el Estado para regularse y regular la vida
de un colectivo social, de un grupo de personas, a través del entendimiento de
todos los ciudadanos de la necesaria creencia que esas instituciones poseen el
poder necesario para ejercer dichas regulaciones. En el momento en el cual el ciudadano deja de
creer – o nunca llega a entender y por ende no cree – en las instituciones,
estamos conduciendo por un camino que dice “Laisseferianismo” y ese camino pareciera
que Venezuela lo tomó.
Para ser menos abstractos
en la construcción de la idea, digamos entonces que las instituciones son
necesarias para mantener el orden. Ahora,
si las instituciones no funcionan, existe el riesgo de que el grupo comience a
dirigir su conducta hacia sus intereses personales, individuales y desvíe la
atención hacia el grupo. Cuando las
instituciones fallan, el resto colapsa y la única manera que esto no suceda es
que los ciudadanos sean ellos mismos los que defiendan esa
institucionalidad. En Venezuela sin
embargo, sucede un fenómeno que ni siquiera se puede considerar “opuesto” (es
decir, ciudadanos dedicados a violar la norma “ex profeso”) sino que muy por el
contrario, es un fenómeno en el cual observamos una apatía aparente en la
conducta del colectivo. Es decir, los
venezolanos observan la transgresión de la norma (y manifiestan su descontento)
pero no convierten ese descontento en acciones efectivas que busquen regular al
Estado cuando trasgrede la norma, de la misma manera que el Estado lo hace con
los ciudadanos. Es una dinámica en la
cual los ciudadanos y el Estado obtienen beneficios en una “simbiosis cívica”
en donde el orden no se ve amenazado por desbalances entre los elementos que
forman parte de esta dinámica.
Generalmente y sin embargo
de lo antes dicho, cuando las apatías colectivas se generan se hace necesario
evaluar las razones psíquicas que generan tal apatía, ya que es obvio que el
problema reside a nivel de psique del colectivo. La psique de un colectivo determina, de
manera bastante pronunciada, el destino que tendrá ese grupo social en
específico; sus logros o fracasos; su prevalencia o desaparición. Estos grupos, como todos, evolucionan en
sociedades que hoy en día y luego de varias generaciones hemos llamado “países
desarrollados o de primer mundo” o “países en desarrollo, subdesarrollados o
del tercer mundo” (para los que no recuerden, el “segundo mundo” desapareció
con la caída de la Unión Soviética), y cada uno de estos grupos hoy denominados
“países” llevan consigo costumbres y usos sociales (folways and mores), que no es más que el grupo de tradiciones,
creencias, formas de pensar y razonamientos que terminan siendo propios a los
individuos que conforman un grupo social.
En algunos grupos sociales, estos usos y costumbres incluyen aquél grupo
de conceptos abstractos de los cuales hablábamos al inicio, tales como el
respeto a las instituciones. En otros
grupos como el venezolano, esto se cumple de forma muy marginal, por no decir
que muy por debajo del percentil ideal. Sin
ánimos de caer en disertaciones estadísticas, podríamos pensar que en Venezuela
un porcentaje inferior al 10% entiende y respeta estos conceptos.
El ciudadano venezolano,
ante todo, se siente tremendamente confundido en su manera de sentir acerca de
la actual situación de la institucionalidad en Venezuela. Se limita a esperar a ver de qué manera se
desenvuelven los eventos y de qué forma estos eventos le afectan de forma
personal (incluyendo en este contexto familia directa, hijos, padres, pareja,
etc.), lo cual es natural pero dejando fuera el pensamiento y la consideración
que merece el colectivo. Si bien no
somos ausentes al hecho que todos nos preocupamos por el país, nuestra
preocupación no pasa de las protestas en las redes sociales o de las oraciones por
la paz. Como ciudadanos, permanecemos
inertes frente a lo que sucede porque no entendimos jamás que nuestro derecho
es exigir y no esperar que nos den.
Es aquí donde reside y ha
residido nuestro yerro, en la falta de entendimiento de la importancia de estos
conceptos dentro de la prosperidad y paz de un grupo social. Como ciudadanos nos hemos sentido indefensos
desde siempre, porque nos acostumbramos a crecer y creer en un estado “Taitísta” (de “Taita”) que siempre acude
al padre bonachón a que lo resuelva los problemas, le arregle la calle, le de
dinero para sus hijos y cuando el Estado (porque digamos, se gastó el sueldo en
licor) no nos da el dinero no le reclamamos nada porque es algo así como
nuestro papá al que respetamos mucho (¿o tememos?). Hemos crecido como una sociedad de hijos y no
de hombres y mujeres independientes. Elegimos
a nuestros gobernantes por su aspecto físico, por su discurso carismático y su
sonrisa acaramelada. No entendemos que
cada vez que hay elecciones estamos contratando empleados, no buscando padres
adoptivos (sino están de acuerdo, recuerden que tenemos varios Padres de la
Patria). Cuando tengamos claro que
nosotros somos quienes debemos regular a las personas que ponemos en cargos
públicos – a todos – y no son ellos los que deben “acordarse de nosotros de vez
en cuando” entonces estaremos fijando un curso infinitamente más beneficioso;
ese curso al que todos aspiramos existe, pero que seguimos sentados esperando
que nos llegue el mapa en vez de ir a hacer el camino nosotros mimos.
Juancé Gómez
Juancé Gómez
Comprendo absolutamente lo que planteas, Juancé. El asunto es que Venezuela ha estado regida siempre por el "Ponme donde haiga". ¿Quienes fueron los patrocinantes de que Chávez subiera al poder? Los Vollmer, los grandes apellidos, uno de ellos víctima después de un secuestro de más de dos años por los terroristas colombianos, no recuerdo el apellido; el discurso que dio Caldera para encaramarse otra vez en la palestra pública después del caracazo, algo que ni se compara con los paquetazos neoliberales tercemundistas comunistoides y retrógadas que nos imponen a cada tanto. Los partidos políticos que hoy se quejan impulsaron un caracazo que estalló simultáneamente en todo el país y llevó a la dimisión de Carlos Andrés Pérez poco después, debido a que el reparto de capitales no era el "adecuado" y que en su segundo mandato se rodeó de especialistas que aconsejaban cómo encaminar el país hacía el primer mundo. No eran otros que el producto de la beca Gran Mariscal de Ayacucho fundada por el propio Capi, ahora con los alumnos aventajados y que no gustaban a gran parte de adecos y copeyanos. Terminaron pidiendo la renuncia de un presidente que nacionalizó el petróleo, y luego le dieron casa por cárcel por haber ayudado a un país hermano.
ResponderEliminar¿Era porque antes existían las instituciones? NO. En lo absoluto. Era porque como siempre, la conveniencia se puso una vez más en evidencia. Caldera asumió el poder después de haber pactado con el chiripero. ¡Ah, pero ya se olvidaron del apelativo! El chiripero; todas las facciones regadas de la izquierda unida y desunida, donde como siempre sobresalía José Vicente Rangel que jamás se hundirá como el Titanic. Póngame donde haiga! esa es la consigna y seguirá siendo.
El caso es que todos ellos sirvieron de plataforma para lo que actualmente ocurre. Subió un cacique llamado Chávez, que conoció el poder. Y aunque sus planes hayan tenido buenas intenciones jamás dieron los resultados esperados por la ineficacia del "pónganme donde haiga" pues está rodeado de ministros de quita y pon. Esa es la verdadera desgracia venezolana.
Ahora ni siquiera tenemos a Chávez, y te soy sincera: lo prefiero aquí poniendo orden a sus filas que estos seguidores que están de facto. ¿Qué sucedió con Chávez? ¿Por qué no tenemos siquiera una grabación con sus palabras? ¿Por qué la oposición no reclama que se haga presente de alguna forma si es que todavía está vivo? Simplemene porque los de la "oposición tienen las manos metidas en ambos bandos. ¿Por qué crees que todavía hay gente que navega en dinero en Venezuela? Aquí se han puesto donde haiga todos los que tienen grandes contactos. El mercado negro de dólares se alimenta de los contactos, Cadivi se alimenta de los contactos, los millonarios de siempre se alimentan de los contactos. Y todos reciben su ración y todos felices. La gente de a pie, el ciudadano común sigue esperando que las cosas sucedan. No queda otra.